Lucía Puccio pasó los primeros dos años de convivencia atada a su cama con una cadena cuando su pareja salía. Así comenzó a convertirse en una “esclava”, como la describió una testigo, al punto de que perdió su identidad y vivió sometida durante más de dos décadas en Rosario.
En 2019 pudo escapar con el DNI que tenía su nombre real, María Eugenia, y logró denunciar al hombre que le había “robado la voluntad de todo”.
El calvario en el barrio Cura comenzó cuando ella tenía 19 años, en 1996. Había sido madre a los 17 y después se había separado del padre de su hijo. Su noviazgo con Oscar Alberto Racco (59), quien casi la doblaba en edad, se convirtió en un problema para ella y su familia al cabo de unos pocos meses debido a los incontrolables celos.
Sin embargo, la relación empeoró rápidamente y mucho más allá de lo imaginable.
“Llamaba como 20 veces por día al fijo. Quería saber todo”, recordó Susana sobre lo que ocurría cuando todavía vivía con su hija. La mujer jamás había dejado de tratar de ayudarla y anotó cada trámite o consulta en un cuaderno.
En alguna oportunidad logró verla, pero no convencerla de que volviera. En otras ocasiones, el acusado la recibía con insultos y llegó a salir con un arma oculta bajo un repasador cuando la vio cerca de la casa que compartía con sus padres sobre Santiago al 3500.
Racco es mecánico y reparaba motos en el fondo de la casa. Su habitación estaba construida arriba de la planta baja, donde encerraba a María Eugenia con candado. Sólo la dejaba salir para bajar a cocinar o a limpiar. También la obligaba con frecuencia a barrer las hojas de la vereda porque le molestaba el ruido que hacían cuando pasaba alguien y las pisaba.
Cuando había que hacer compras o salir por alguna otra cuestión inevitable, la mujer iba escoltada por su pareja. La búsqueda de testigos en el barrio después del escape fracasaba si preguntaban por ella. En cambio, había personas que la conocían como “Lucía”, el nombre que había adoptado contra su voluntad desde que comenzó el cautiverio.
“Si él duerme, yo me acuesto. Si él se bañaba, yo me bañaba. Si él no se bañaba, yo no me baño”, relató la víctima en una de sus primeras declaraciones en el marco de la causa. Todos los días eran de “violencia extrema”, por lo que su rutina se redujo a una consigna básica: “Hago todas las cosas que a él no le pueden molestar, todo en automático”.
El esfuerzo era en vano. María Eugenia sufría agresiones sexuales permanentes y maltratos de todo tipo.
Hasta el padre de Racco fue imputado como partícipe necesario después del arresto de su hijo. La fiscal Luciana Vallarella sostuvo que el hombre se beneficiaba del sometimiento de su nuera, encargada de la limpieza, la comida y los arreglos de su ropa.
Esa acusación se archivó en septiembre de 2019 por su fallecimiento.
Entre otras situaciones que constan en el expediente, la mujer denunciante fue a cuidar a su suegra al hospital cuando se enfermó. Incluso en esa instancia, su pareja se rehusaba a dejarla sola y se escondía en el ropero o debajo de la cama, ya que sólo se permitía un acompañante. La anciana también murió y quedaron tres personas en la casa hasta el día de la huida.
El escape no fue fruto de una mera casualidad o descuido del imputado. En una de las entrevistas, María Eugenia contó que una prima de Racco había dejado el libro “Gente tóxica” (Bernardo Stamateas) durante una visita. Esa lectura y la serie televisiva "Mujeres asesinas" ?aparecen mencionadas como elementos que cambiaron su perspectiva.
“Lo único que pensaba es que me tocó vivir así para que mi familia esté bien”, sostuvo sobre lo que sentía al comienzo de su cautiverio.
De acuerdo a la prueba presentada por el Ministerio Público de la Acusación (MPA), el último abuso sexual que sufrió la víctima fue el 20 de abril de 2019. Una semana más tarde, ella fue a votar en las elecciones provinciales y se le ocurrió esconder su DNI entre la suela y la plantilla del calzado, dado que siempre estaba en poder de su pareja.
Diez días después, Racco fue al baño descompuesto y dejó la puerta sin candado. María Eugenia aprovechó y salió con 640 pesos, una foto de su hijo y una carta. La misiva era de su papá, quien solía pasar por la casa para dejarle mensajes escritos que nunca llegaban a la destinataria porque las escondían.
Pasados esos 23 años, la mujer sólo pudo reencontrarse con una de las dos personas que representaban esos objetos. Su padre había fallecido; ella no lo sabía cuando se fue corriendo para luego subirse a un taxi en busca de contactar a su familia.
La primera parada en libertad fue un refugio municipal para víctimas de violencia de género. Tres semanas después, la Policía arrestó a Racco. Desde entonces, ella se fue a vivir a otra provincia. Este martes, María Eugenia regresó para ser la primera en declarar en el juicio oral y público, donde habló durante varias horas ante el tribunal mientras el imputado escuchaba en otra sala para que no se cruzaran.
“Que sean los 18 años que me prometieron”, pidió públicamente sobre la condena solicitada. Para la Fiscalía, los hechos atribuidos a la ex pareja de la mujer no sólo implican privación ilegítima de la libertad y abuso sexual con acceso carnal, ambos agravados, sino también el delito de reducción a la servidumbre.
Para María Eugenia, hoy a sus 44 años, se trata de algo que no puede deshacerse, tiempo que no puede recuperar y traumas con los que debe seguir lidiando.