Su población, básicamente, se hartó de, entre otras cosas, poner la libertad a consideración de un partido, de una estructura gobernante. Es una sociedad que necesita poder elegir, analizar opciones y tomar sus propias decisiones, sin que nadie le diga cómo, dónde y cuándo. Eso es la libertad. De eso se trata el grito que resuena en diferentes rincones de la isla, a pesar de la represión.
En los últimos 60 años, el mundo cambió tanto que parece mentira que todavía se estén discutiendo cuestiones tan simples. Quien se aferra al poder lo hace para mantener privilegios y subyugar a los que, en realidad, deberían representar.
Es una constante que se repite en gobiernos dictatoriales e incluso en democráticos sostenidos ideológicamente con teorías totalitarias.
Todas las naciones libres deben tener una alarma permanente para detectar a quienes se arrogan el derecho de tomar decisiones con prebendas para su casta partidaria, sin tener en cuenta que tienen la obligación de ser servidores públicos y rendir cuentas.
Los avances tecnológicos en materia de comunicación derrumbaron y pusieron en jaque a los regímenes que se sostenían a través de lo discursivo.
Hay otra realidad muy diferente de la pobreza que se vive en Cuba. Y lo mismo se puede trasladar al resto de los países que intentan impedir que sus ciudadanos puedan abrir los ojos. Lo hacen por dos motivos: porque tienen mucho que esconder y porque tienen pánico de que los descubran. Tarde o temprano, la libertad, esa condición innata del hombre, se impone.